Se trata de un tanque artesanal construido por iniciativa local en el taller de Constancio Rámiz, en la localidad aragonesa de donde tomó el nombre. Enormes en tamaño para su previsto papel de carro ligero, pobremente armados, incluso peor blindados, hasta cuatro de ellos se construyeron usando una variedad de materiales reciclados/recuperados; las orugas se tomaron de tractores agrícolas, los motores provinieron de viejos camiones comerciales Ford, mientras que los cascos se hicieron con chatarra. Al vehículo se le dio una capa de pintura gris para que la chatarra se viera homogénea.
No hay registro real de su uso en combate, y se desconoce su destino final. Probablemente todos fueron desechados antes del final de la guerra.